-DE NOCHE TODOS
LOS GATOS SON PARDOS-
Eran las
tres de la madrugada, tomé el teléfono y marqué a la casa de mi chica en ese
entonces. Entró la llamada, el animal de plástico y lleno de cables complicados
me conectaría con alguien conocido, con ese alguien al cual le conocía las
entrañas. Una voz femenina habló en voz muy baja.
– ¿Eres tú Alejandro? - Contesté que sí, Era su hermana
llamada Sonia – disimula- comenzó a hablarme como su fuera una de sus amigas-
Si, mañana te lo llevo al trabajo.
- ¿De qué mierda hablaba?, no lo sé. Le seguí el juego.
– ¿Y qué pasó con Jorge? No me digas.
Otra voz se escuchó en la habitación:
– ¿Quién es? -, preguntó. Era mi chica
-Es para mí-, dijo Sonia.
Se escuchó cerrarse la puerta. Me imagino que era la
de su habitación.
-Ya. Era mi hermana y luego no me gusta que ella
escuche, es una chismosa. ¿Qué paso mi amor? ¿Por qué hablas tan tarde?
– Sólo quería escucharte, saber que estabas haciendo-,
dije.
– Pensaba en ti, no podía dormir.
Yo continué hablando en voz baja
– Y, ¿qué pensabas de mí?
– En lo de
nosotros. Tú, yo, la relación, no sé, ese tipo de cosas.
– Yo también pensaba en ti, en tu cuerpo, en tus
piernas, en tus cálidos pechos, en tu vientre…
– Estás tomando, ¿verdad?
– Un poco, sólo una cerveza, pero eso no importa, lo
que importa es que, aunque sea a distancia estamos juntos.
– ¿Tienes la luz apagada? - preguntó.
– No, tengo un par de velas en un candelabro.
– Ah… ¿Y tú? - pregunté.
- Tengo prendida la lámpara, hace mucho calor.
– ¿Y qué llevas puesto?
– Una batita transparente-
– ¿Y de qué color?
– Blanca.
– ¿Y llevas ropa interior?
– Sólo mis calzones
– ¿Y de qué color son?
– Igual. Blancos… de encaje.
– Quisiera estar ahí, para olerlos y enterrar mi
nariz.
– ¿Y por qué?
– Porque lo deseo.
– ¿Y qué más harías si estuvieras aquí?
– Lamería los dedos de tus pies.
– Ah…
– Y recorrería con mi lengua la parte trasera de tus
pantorrillas.
– Ah…
– Subiría lentamente por tus muslos y les daría una
pequeña mordida.
– Ah- ¿y después?
-Lamería la parte en donde nacen tus nalgas y me estacionaria ahí por algunos minutos.
– ¿Y qué más?
-Seguiría lambiendo tu espalda y llegaría a tu nuca,
bajaría por el mismo camino y a la altura de tu axila, cortaría en línea recta
hasta donde nace tu seno derecho, lo lambería e inundaría con saliva tu bata, y
después soplaría sobre ella justo a la altura de tus pezones.
– ¡Ay, Alejandro me estás excitando!
– Y tú con el aliento cortado y la boca entreabierta
esperarías a que te besara, pero te quedarás con las ganas, porque mi boca está
ocupada mamando de tus pechos, tan cálidos, tan duros, tan erectos; y mis manos
apretarían mi cabeza obligándola a bajar hasta toparme con tu ombligo y ahí, lo
lamería tuvieras un pequeño orgasmo, entonces buscaría el calor de tu vagina
húmeda, haría a un lado tu calzón y lambería tu dulce herida sabor durazno…
- ¡Ay Alejandro! Mastúrbate, pero sígueme diciendo…
Oye, nunca me habías dicho algo así.
–¡Shhh! Sólo piensa que estoy ahí, que tu mano es mi
mano, déjame guiar las tuyas.
–Está bien.
–Arrancaría de un mordisco tu calzón, olería
ávidamente tu sexo y lo tocaría apenas con la punta de mi lengua varias veces y
de golpe la introduciría, saboreando tus secreciones como un animal sediento.
– ¿Te estás tocando Ale?
– ¿Sí y tú?
–Tengo mi dedo adentro, estoy excitada.
– Meto otro dedo.
– Si. ¡Ah, que rico!
– Metemelo Ale.
-Ya estoy en ti.
– Sí, eso me gusta. ¡Ah, maldito! Dime qué quieres que
sea tu perra.
– Eres mi puta, mi perra caliente.
– ¡Ah, Ah! Dime más.
– Siente mi carne erguida, maldita… ¡Perra estúpida!
– ¡Sí, lo siento todo! ¡Ah, vente conmigo!
– Sí, todo lo que quieras… pon el teléfono en tu
vagina para escuchar su voz.
– Si. ¡Ah!
De pronto todo quedó en silencio, apenas se escuchaba
algo acuoso, que entraba y salía con más rapidez. Se escuchó un quejido con
sonido entrecortado.
– ¡Ah, ah, ya, ya terminé mi amor!… ¿tú también?
-Si-, le dije, mientras seguía bebiendo mi cerveza –
eso somos tú y yo, comunicación interna a través del cosmos-, estaba satisfecho
de hacer feliz a una mujer a distancia.
– Ay mi amor. Estoy feliz, pero tengo que dormir, ya
son casi las 5 y tengo que levantarme temprano… Pero te amo, mañana te hablo. Bye.
Besitos. Piensa en mí. –Adiós- colgué.
¿Bye? ¿Besitos? Qué cursilería. “Piensa en mí”, como
si yo no tuviera otras cosas mejores en qué pensar, bueno no yo, sino también
el otro imbécil llamado Alejandro que seguro estará tumbado en la cama pensando
en las tetas de su amada.
Al otro día pasé por mi chica, fuimos a comer y en el
postre me dijo:
– Llévame a un hotel.
– Mira querida, yo invito la comida y tú el hotel-,
dije.
– Acepto
Salimos de aquel restaurante argentino, llevaba en mi
boca el sabor de un buen chimichurri. Entramos a un hotel llamado las flores,
cerca de Taxqueña. La moza o encargada de aquel lugar nos dijo que estaba
lleno, que, si queríamos esperar, que su política era de entrada por salida y
máximo eran dos horas.
– Está bien, no hay prisa-.
Aparqué el coche y lo apague, vimos desfilar un sin fin
de rostros, algunos de ellos satisfechos, otros no del todo y otros frustrados;
el jefe con la secretaria, la cuarentona con un chaval de 20, los novios que
era su primera vez, dos gordos lujuriosos, el chaval que se inicia con una
prostituta, un par de sesentones, otros con unas vestidas, en fin, sólo
faltaban los necrofílicos y que en algún minuto metieran a algún animal.
Mi chica no decía nada, yo mantenía mi mano en su pubis
y ella apretaba mi órgano sexual. La regordeta encargada a lo lejos me hizo una
seña, arranqué el auto y lo puse en marcha.
Mi mujer sacó el dinero de su bolso y lo puso sobre
mis piernas.
Pagué, la encargada me dijo que en 5 minutos estaría
lista la habitación. Mientras una mucama la aseaba.
– Pero ya puede meter el coche al garaje-, dijo la
gordita.
Lo estacioné, volví a apagar el motor, prendí la
radio. Una música electrónica de Underworld ambientaba el momento.
Mi compañera se agachó y desabrochó mi bragueta. Sentí
como su lengua caliente besaba mi carne y luego toda su boca succionaba el
pequeño espacio de aire que quedaba, me relajé y eché el asiento hacia atrás.
De pronto se abrió la puerta que conducía al cuartucho, era la mucama, nos vio
de reojo y salió rápidamente con ropa de cama que se hizo jirones, que vivió una
historia y que esa historia está llena de olores, palabras, secreciones, risas
y confesiones, sería tirada al agua de una lavadora repleta de jabón y cloro
tan solo para ser olvidada.
Le sonreí a la mucama cuando miró, ella también sonrió.
No entramos a la habitación, mi chica se quitó la ropa
de arriba, dejó su brassier de encaje
negro, se subió la falda, pasamos al asiento trasero: Ahí terminamos. Ver como
sus ojos se desorbitaron cuando tuvo a la pequeña muerte a su lado, cerré los
míos y viajé hasta la primera concepción, el primer padre sobre la primera
madre, hasta que el primer grito que irrumpió el primer silencio de la
naturaleza. Regresé de mi viaje astral. Platicamos de no cuantas cosas, pero recuerdo
algo.
– Sabes, ayer por la madrugada escuché que mi hermana
como se masturbaba, la escuché hablar por teléfono con una de sus amigas. Creo
que tiene tendencias lésbicas.
– Tal vez-, dije.
Justo a las 8:05 pm la encargada nos tocó, dijo que el
parquímetro se había agotado, así es que salimos. Una larga fila de autos
seguía esperando. Ya no distinguía sus rostros, sólo eran sombras que se
quedaban con las luces de mi auto. Manejé hasta su casa. Había un automóvil
aparcado frente a la puerta. Ahí estaba Sonia con un tipo, supuse que era el
tal Alejandro, al parecer discutían, le dije a mi chica que estaba cansado, así
que nos despedimos rápidamente. Bajó y Sonia lo hizo casi al mismo tiempo, le
azotó la puerta a su amante y quiso entrar rápido a la casa. Volteó a verme, la
saludé desde adentro del coche, ella no respondió y las dos féminas fueron
tragadas por la boca de la casa. El otro tipo arrancó violentamente su auto e
hizo rechinar las llantas y siguió así delante de mí hacia el final de la
calle, dobló en la esquina y desapareció. Pensé que mañana en los diarios
aparecería una pequeña nota: “Hombre despechado en su locura de amor se
suicida”. Qué aburrido.
Manejé hasta mi apartamento, violé la cerradura con mi
llave y entré, fui directo al congelador y tomé una lata de cerveza. Me eché en
el sillón y fumé un cigarro y después otra cerveza y otro cigarro y así
consecutivamente tomé cerveza y fuma 14 cigarros. Ya era de madrugada, en mi
desidia cogí el teléfono y marqué un número. Entró la llamada y una voz baja
otra vez contestó:
- ¿Diga?, era mi chica. Hablé en voz baja otra vez.
– Con Sonia por favor.
- ¿Alejandro? - dijo mi chica
-Sí.
-Ella no quiere hablar contigo.
Se escuchó que descolgaron el otro teléfono.
– Esta bien, ya contesté, cuelga.
Era Sonia, mi chica colgó.
- ¿Qué paso Alejandro, no dijiste que ya no hablarías
más?
– Lo siento
– Pero, ¿por qué no me creíste lo que te dije?
– Volvamos a
empezar. Recuérdame todo desde el principio.
– ¿Para qué? Si no me crees. ¿Te estás burlando de mí?
Si fuiste tú el que habló ayer, dímelo, o si no…
– Si, era yo.
– ¿Y entonces? ¿Por qué juegas así conmigo? ¿Te gusta
verme sufrir?
-Tal vez.
– ¿Tal vez?
– Idiota. Yo.
No, no. Calma. Si, era yo el de ayer- hablé con mi voz normal.
– No eres Alejandro, ¿verdad?
– No.
– Ya lo decía… ¿Quién eres?
-Eso es lo que menos importa.
– A mi si me importa, por tu culpa Alejandro me
terminó. Le conté todo.
– Él es un hombre estúpido.
– Si no me dices quién eres voy a colgar.
– ¿Qué llevas puesto? - pregunté.
Dudo un momento.
– Estoy desnuda.
– Yo también.
– Tu voz me es conocida-, dijo.
– ¿Crees? Dejémonos de santurronerías- dije -Tú lo
disfrutaste tanto como yo. Pero pensabas en él. Lo mismo daría si fuera otro.
No niegues que cuando cierras los ojos, cuando estás
con él, piensas en otro, cualquier otro- se quedó callada
– Responde, dije.
– A veces.
– Y lo disfrutas más. Es cuando llega tu orgasmo, te
mueres lentamente.
– ¿Quieres hacerlo otra vez? - pregunto.
– Sí-, contesté.
Así que las cosas dejaron de ser complicadas y nos
dimos a la tarea de calentar los cables de cobre con palabras llenas de deseo,
lujuria, amor pasajero. Esta vez sí me masturbé, tomé papel higiénico y me
limpié. Casi la sentí a mi lado, escuché como ella llegaba a conectarse conmigo.
– Quiero verte- dijo
– Yo también.
– Mañana a las 4.
– Bien.
– En la parada del autobús sur 10. Sé puntual.
– Está bien-, colgué.
Dormí plácidamente esa noche sin pensar en nada,
mañana sería otro día. Yo estaría ahí a la hora citada y si ella iba o no, ese
ya sería otro cuento, así que es por lo pronto ella estaba satisfecha y yo
también, aunque sólo fuese una alegría pasajera, pues la vida se llena de esos
pequeños momentos.





